Cosas que no cuadran.

Opinión realizada por Albert Esteves, editor de una revista empresarial, que se llama Interempresas, y que creo que no tiene desperdicio.

Malos tiempos para la lírica, escribió Bertold Brecht en los años treinta. Y al poco empezó una guerra mundial. Ahora la frase está en boca de todo el mundo, aunque los más jóvenes, menos leídos, la atribuyen al grupo musical Golpes Bajos, que en los ochenta popularizó una canción con ese título. Malos tiempos para la lírica y para la economía. Llevamos cuatro años de crisis y no se adivina el final. Demasiados para seguir llamándole crisis. Soplan vientos de ajustes y de recortes, se vislumbra un nuevo horizonte de incertidumbre existencialista y de austeridad franciscana. Un nuevo orden que regirá en los próximos años y que modificará las estructuras sociales y el sistema de valores que rigieron en los años anteriores a la crisis. Lo percibimos como inevitable, acabaremos aceptándolo y adaptando nuestras expectativas a la nueva situación.

Pero hay cosas que no cuadran. A pesar de todos los ajustes, ayudas públicas y fusiones, el crédito sigue sin fluir y son muchas las empresas que tienen retenidas operaciones de adquisición de activos por no disponer de financiación suficiente. Y a la inversa, muchas empresas no pueden servir sus pedidos porque sus clientes no obtienen el crédito necesario para financiar la inversión. El sistema bancario, lastrado por las secuelas del estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera internacional, sigue con el grifo cerrado colapsando el riego sanguíneo del sistema productivo. Mientras tanto, obtiene un buen beneficio tomando dinero prestado al BCE al 1% e invirtiéndolo en deuda pública a más del 5%.

Sucede además que, desde el inicio de la crisis, los bancos (contando sólo los seis más grandes) han repartido nada menos que 29.000 millones en dividendos. Resulta llamativo que un sector que, según un reciente informe de la Comisión Europea, ha recibido ayudas públicas por valor de más de 146.000 millones de euros, entre inyecciones de capital y avales, que tiene un índice de morosidad del 7,41%, el nivel más alto en 17 años, que necesita captar fondos para llegar al ratio de capitalización exigido por la Autoridad Bancaria Europea, y que acumula activos inmobiliarios sobrevalorados que ponen en cuestión la fiabilidad de sus balances, reparta generosamente dividendos para que sus accionistas no sufran el quebranto que, en cualquier otro sector de la economía, debiera producirse de forma inevitable.

Encima se habla ahora de crear un “banco malo”, que se haría cargo de todos los activos en poder de la banca cuyo valor de balance excede en mucho el valor real de mercado. Eso que llaman “activos tóxicos”. Me hace gracia esto del banco malo. Predispone a pensar que todos los demás bancos son buenos, lo cual es ciertamente discutible. Huelga decir que ese “banco malo” serviría para sanear los balances de los “bancos buenos”, concentrando todos los activos sobrevalorados y cargando el sobrecoste a las espaldas del contribuyente. No parece muy ético que los que no hemos tenido ninguna responsabilidad en los excesos cometidos por bancos y cajas en los años de euforia inmobiliaria, ni nos hemos beneficiado de ello, tengamos que acarrear colectivamente con las consecuencias.

Son cosas que no cuadran. Como no cuadra el hecho insólito de que los gestores de las cajas de ahorro que, a consecuencia de una gestión nefasta, han tenido que ser rescatadas por el erario público se hayan ido en su mayor parte de rositas, algunos con pensiones multimillonarias, y no hayan sido sometidos a proceso. ¿Por qué incurre en responsabilidades penales el arquitecto al que se le derrumba un edificio o el cirujano que por negligencia perjudica un paciente, y no pasa absolutamente nada por quebrar una entidad financiera el coste de cuyo salvamento debe ser asumido por los contribuyentes?

Son cosas que no cuadran. Hay muchas más. Y hasta que no empiecen a cuadrar, la indignación colectiva, aunque apenas se manifieste, seguirá larvada en las conciencias de los ciudadanos que sufren los recortes, que son casi todos, de los trabajadores que se quedan sin empleo o que pierden poder adquisitivo, que son casi todos, y de los pequeños y medianos empresarios que intentan estos días cuadrar sus presupuestos sumidos en la incertidumbre. Que son prácticamente todos. Mientras esa indignación persista, mientras haya tantas cosas que no cuadran, el esfuerzo colectivo que se nos exige se afrontará en un clima de profunda crispación que corre el peligro de derivar en un estallido social de consecuencias catastróficas.

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